Los marcianos

La crisis del covid vuelve a ocupar las primeras noticias. El primer cuarto de hora del Telenotícies es para seguir la evolución de la pandemia en cada provincia, comarca y área urbana, la cifra de contagios diarios, las plantas de hospitales que se dedican al covid, las nuevas medidas de distanciamiento social recomendadas por las autoridades, la limitación de aforos y el cierre de determinados espacios; pero también las consecuencias económicas con testimonios de comerciantes, dueños de bares o trabajadores de hoteles o discotecas que dan cuenta de la agonía con la que viven hoy muchos autónomos y asalariados la situación y la incertidumbre de qué va a pasar con sus vidas. También ocupa su espacio la respuesta desde la UE y el estado a esta gravísima situación. Con el fondo europeo de reconstrucción, el debate sobre los superávits de los ayuntamientos o los ERTE termina el largo bloque informativo de la pandemia y la crisis.

Tras ver esta información, a mí me pasa que las siguientes noticias me parecen auténticas marcianadas. De la preocupación compartida por prácticamente toda la sociedad pasamos, casi sin transición, a Pere Aragonès hablando de un nuevo referéndum, una entrevista a Junqueras donde reta a todos los que le critican a “chuparse” tres años en la cárcel o a sostenerle la mirada como si estuviera en un western rodado en Almería, un vídeo de Puigdemont guardado durante dos años donde da cuenta de una ucronía propia de Philip K. Dick, o al debate del refundación de Junts en un formato audiovisual más blanco que la sala de espera del cielo de Sant Pere, armado intelectualmente por Jordi Sànchez y liderado políticamente por Puigdemont.

Blanco purgatorio

Marcianos y sus marcianadas. Mientras el país colapsa, aquí vivían mejor cuando las competencias no eran suyas, instalados en la cómoda crítica a España. Ahora con las competencias aflora su marcianidas. Ellos están a otra cosa. A intentar volver a vender a su parroquia la enésima utopía de cartón piedra. Todo en los Governs de JxC y ERC es atrezzo, menos las empresas que se fueron, la crisis sanitaria en Lleida y Barcelona que se extiende a toda Catalunya; y las consecuencias económicas de llegar tarde y tener que volver a restringir aforos o cerrar gimnasios, restaurantes, salas y discotecas, hoteles y otros negocios. Como siempre con los actores del Procés todo es de mentira, excepto las consecuencias.

Necesitamos un Govern normal

Si yo tuviera que dar un consejo a Miquel Iceta -o si lo hubiera, cualquier otro candidato de un partido con intención de ser alternativa a ERC y JxC- tendría claro, al menos el lema de la campaña electoral: Necessitem un Govern normal. Si en Catalunya la gente normal aún es mayoría tiene la victoria asegurada. La alternativa a este desastre solo puede ser un Govern normal. Un Govern que se preocupe cuando miles de empresas deciden irse de Catalunya, un Govern que no aproveche una pandemia para hacer propaganda, en definitiva, un Govern que no desdeñe la gestión, porque su reino no sea de este mundo, o su república no sea de este estado.

Han bastado semanas con todas las competencias de sanidad y salud pública en manos de la Generalitat para que se derrumbara todo el discurso nacionalista del lamento y el supremacismo. El Govern de JxC y ERC ni lo hubiera hecho mejor ni tampoco lo hubiera hecho antes. No nos mataba ni España ni Madrid, si no un virus del que todos los países occidentales relativizaron su peligro. Seguramente nuestra soberbia de primer mundo occidental nos hizo pensar que los países asiáticos tenían peores sistemas sanitarios que el nuestro, y podríamos soportar sin problemas al virus. Las autoridades sanitarias recomendaron únicamente lavarse las manos. No hace falta recordar lo que fueron aquellos negros meses de marzo, abril y mayo en los que perdimos a miles de personas sin que sus familiares pudieran acompañarles ni despedirles, abandonamos a decenas de miles de nuestros mayores en residencias a las que llegaban los militares para descubrir decenas de cuerpos, nuestra economía colapsó y millones de trabajadores autónomos y los de la economía sumergida cayeron en una crisis que nos advierten que será larga.

Sin embargo, parecía que habíamos aprendido la lección. Mascarilla, distancia e higiene de manos son medidas correctas, pero la responsabilidad individual no puede sostener el control de la epidemia. Hace falta reforzar la atención primaria, poder hacer pruebas PCR a todos los posibles contagios en 24 horas y una red de rastreadores para localizar, testear y aislar al máxima los posibles contactos contagiados. En Alemania se recomienda reforzar el sistema de salud pública con 5 rastreadores para cada 20.000 habitantes. En Catalunya necesitaríamos unos 1.900. Parece que en teníamos solo 120.

Seguramente no sea todo culpa de la Generalitat. Habrá que revisar el sistema nacional de salud y el de salud pública, también desde el prisma de que un sistema federal es tan antónimo de un sistema centralizado como de un reino de taifas. Lo federal implica descentralización para acercar la administración al territorio y al ciudadano, pero también requiere homologabilidad y cooperación común.

Sin embargo, nadie aquí duda de que la gestión de la Generalitat ha sido un completo desastre. Los partidos del Govern llevan 10 años a otra cosa distinta a la de gobernar. Cuando les ha llegado la oportunidad de demostrar que son mejores, que gestionan mejor, que son más europeos, más eficaces, más científicos, el edificio tarda poco en derrumbarse. Saldrán con alguna excusa, que si Madrid, que si el expolio fiscal o que si el perro se les ha comido los deberes. Excusas que cada vez convencen menos, porque la gente normal, al final, es mayoría.

Cinturón rojo, morado, naranja, rojo

Es sugerente la lectura catalana que Francesc Marc-Álvaro hace de las elecciones gallegas y vascas. Entre los datos que plantea está la posibilidad de que los Comuns emulen el fracaso electoral de sus homólogos en Euskadi, y el más estrepitoso de Galicia.

La primera diferencia que salta a la vista es que los Comuns ya se dieron el trompazo. No pueden bajar los 16 puntos de Galicia, porque nunca los tuvieron. Los puntos que ha perdido Elkarrekin Podemos son los mismos que sacaron los Comuns en las últimas elecciones. El trompazo ya fue en las últimas elecciones al Parlament y se trasladó también a las elecciones municipales donde solo se salvaron las alcaldías tradicionales de ICV. El liderazgo de Colau sobrevivió por la carambola de Valls. Del partido que ganó dos veces las elecciones generales en Catalunya quedó más bien poco.

Que ya se hayan dado ya el trompazo no quita que puedan continuar bajando. En Galicia la barrera electoral es del 5%. En Catalunya es del 3%, aunque ese porcentaje solo asegura representación con dos o tres escaños en la provincia de Barcelona. Ese es el suelo de los Comuns, un espacio verde heredado de ICV que les garantiza como mínimo la representación parlamentaria. El objetivo será repetir los 8 diputados para poder acompañar a ERC en el próximo Govern. Dice Marc-Álvaro que un gran trompazo podría estropear los hipotéticos planes de gobernabilidad que contaban con los Comuns.

El Partido Socialista ha sido incapaz de atraer a los electores que Iglesias perdía en Galicia y Euskadi. Está claro que ser socios de coalición impide al PSOE ser más agresivo en la competencia electoral con UP. Pero es evidente también que al PSOE le cuesta conectar con una España joven -y no tan joven- que ha roto mentalmente con el marco institucional de la monarquía parlamentaria y para la que Pedro Sánchez se queda muy corto en su intención de limitar el aforamiento del rey emérito. Si a este ánimo republicano le sumamos un problema territorial en España cuyo problema más que Cataluña es un Madrid global que ha roto los equilibrios demográficos y económicos del país entendemos que los votantes de Podemos hayan pasado a formaciones de izquierda ligadas a la defensa del territorio.

También acaba Marc-Álvaro señalando que el PSC no tiene nada que ver con sus homólogos vascos y gallegos. Echemos la vista atrás, casi al inicio de los tiempos. Barcelona, 21 de diciembre de 2014. Pablo Iglesias realizaba su primer acto en Barcelona después de la irrupción de Podemos en las elecciones europeas. Miles de personas llenaron el pabellón de la Vall d’Hebron y otras miles se quedaron fuera. Los medios coincidieron en el retrato del perfil de los asistentes, eran los hijos de los votantes socialistas del cinturón rojo. Y también los padres de esos chicos. La crónica de elDiario.es decía que “afianzar un cinturón morado sobre las cenizas del tradicional granero de voto socialista es el primer peldaño para conquistar el Gobierno”. Estuve en la organización de aquel acto y era justo eso lo que queríamos. “No me veréis dándome un abrazo con Rajoy ni con Mas”, dijo Iglesias aquel día.

Poco tardó Iglesias en pedir perdón. Y el PSC emergió de aquellas sus cenizas. En las últimas elecciones generales segundos, a un punto de ERC. En las europeas, también segundos, detrás de Puigdemont. En las elecciones municipales, repiten segundo lugar a un punto y medio y ganando, con muchas mayorías absolutas, prácticamente todos aquellos municipios del cinturón que En Comú Podem pintó unas generales de morado (y Ciutadans de naranja en unas autonómicas).

Hasta ahora parecía que el electorado catalán estaba dividido en dos bloques estancos. Seguramente nunca fue exactamente así, y creo que cada vez lo puede ser menos. Lo que fue el electorado de los Comuns es un espacio poroso entre bloques. La mala gestión de la pandemia del Govern, y en concreto de los consellers de ERC, frente a una imagen solvente de Illa que demuestra que el PSC tiene en el banquillo a políticos desconocidos para el público general con capacidad de asumir el mando de la Generalitat en la reconstrucción del país tras la crisis del Covid y del Procés podría dar juego a una competencia más allá de la de JxC y ERC, la competición por un mismo electorado entre ERC y PSC. Ahí, en una porosidad entre ERC y PSC es donde los Comuns acaban de perder todo su sentido.

¿Nuevo confederalismo? Creo que no

Sobre las recientes elecciones en Galicia y Euskadi se puede escribir desde diferentes prismas y claves. Vamos a centrarnos aquí en los movimientos que la inexorable desaparición electoral de Podemos está produciendo. Pasaré rápido de largo de las causas del declive electoral de Podemos. El análisis ya está hecho y nada ha cambiado. La realidad es tozuda y la presencia en el gobierno es solo un maquillaje a las profundas crisis que sufre Podemos. No vale la pena detenerse mucho. Primero, porque es como hablar con un muro. Ya han dejado claro, como en el chiste, que el gato es suyo y se lo f#lla cuando quiere. Segundo, porque seguramente ha pasado ya la oportunidad y hoy Podemos tiene poco presente y menos futuro. La duda es el suelo. Íñigo Errejón lo situaba en los resultados de IU (entre el 6 y el 9 por ciento). También podrían ser los de la desaparecida izquierda italiana (por debajo del 2 por ciento). Pronto lo sabremos. En cualquier caso, negros augurios.

La cuestión es ya cómo se reconfigurará el mapa político durante y tras la desaparición de Podemos. Es en esta clave desde donde vamos a mirar los resultados electorales gallegos y vascos. El derrumbe electoral de Podemos apenas ha sido aprovechado por el PSOE y sí por el BNG y EH Bildu. España tiene un problema territorial más allá del Procés, y seguramente tiene más que ver con Madrid que con Cataluña. El Madrid hipertrofiado fruto del modelo neoliberal del PP ha roto los equilibrios sociales, económicos y políticos del país. Frente a ese gigantesco Madrid que vacía de población y atrae todas las inversiones se levanta una defensa del territorio que tiene más que ver con recuperar ese equilibro roto por una competencia desleal del Madrid global de los negocios que con el mero nacionalismo. No podríamos entender de otra manera la irrupción de Teruel Existe, una fuerza imposible de situar en un eje nacionalista. El último Congreso de los Diputados marcaba también el mayor número de diputados de partidos de ámbitos autonómicos o provinciales. España tiene un problema territorial y se expresa políticamente.

La siguiente clave sería si se puede articular políticamente esa amalgama heterogénea de grupos que son expresión de la crisis territorial. No perdamos de vista que aunque la mayoría las podríamos situar entre la izquierda y el centroizquierda ni sus territorios ni su posición nacional son comparables. ¿Podría llegar a articularse una confederación de grupos territoriales con una propuesta constituyente para España? Esta es la propuesta que dejaba caer Errejón en un tuit y que no es nueva en nuestro país. Desde Euskadiko Ezkerra y Rafael Ribó a los últimos años de Gaspar Llamazares -por cierto, con Juan Carlos Monedero como gurú- la cuestión de una confederación ibérica de las izquierdas ha planeado varías veces, siempre con escaso éxito.

Al inicio de la legislatura varios grupos nacionalistas hicieron un amago de articulación. Tenemos que saber que estos partidos siempre tienen sus caras más confederales en Madrid y sus posiciones más nacionalistas en su casa. Así ha sido en ERC con Joan Tardà y el nuevo Gabriel Rufián, como en Bildu con Oskar Matute y su celebrado discurso en la sesión de investidura. Sin embargo, esos partidos en sus territorios están más escorados hacia el nacionalismo y el independentismo que sus representantes en el Congreso.

Es por eso que creo que los que esperen una articulación confederal de BNG, Bildu y ERC con Teruel Existe, CHA, Compromís, Más Madrid, Adelante Andalucía, etc pueden esperar sentados. El proyecto de los nacionalistas no es refundar España, sino separarse. La plurinacionalidad de España sería la derrota de los independentistas y nunca será su objetivo. El independentismo crece por la frustración del cambio en España y la acumulación de agravios. Una ventana de oportunidad constituyente para España debilita siempre a los grupos independentistas. El cierre de la oportunidad les refuerza. Esta es la ecuación. No hay dos Españas. Hay tres. La del statu quo del reino de España, la otra España plurinacional, federal y republicana y la que niega cualquier proyecto común.

El federalismo es la cooperación en un proyecto común. El confederalismo es un arreglo imposible entre elementos que no suman.

No se oye pedir la República

Son las horas más duras para la monarquía desde que Juan Carlos sucedió al dictador Francisco Franco en 1975. La estrategia de Felipe VI para salvar la institución ya está anunciada. Encapsular y expeler. Sin embargo, lo que pudo funcionar con Iñaki Urdangarín es impracticable con Juan Carlos I. A los cuñados te los encuentran en la calle, pero a un padre no. Además, Juan Carlos y Felipe son inseparables. Felipe VI es rey por ser hijo de Juan Carlos I. Punto. Lo heredó, y las herencias a veces llevan cargas. Inseparables.

¿Está la monarquía herida de muerte en España? Son las horas más duras para la monarquía. Pero también son horas duras para millones de españoles, entre una nueva normalidad más nueva que normal y un virus que no nos abandona. Las clases se suspendieron hace meses y no sabemos cómo reabrirán las aulas en septiembre. Los protagonistas de las últimas movilizaciones republicanas han sido los universitarios, promoviendo consultas y referéndums en facultades y barrios. Hoy los universitarios están entre sus casas y unas extrañas vacaciones, como casi todo el mundo. La República no llegará sola y no se oye (aún) pedir la República con voz fuerte.

Las fuerzas políticas hoy no están tan claramente definidas sobre esta cuestión como pudiera parecer. La voz más rotunda en apoyo al rey y la monarquía es la de la extrema derecha de Vox. Monárquicos y sin valores republicanos en el PP, y formalmente monárquicos, pero con valores republicanos, y con muchas tricolores en las casas de sus militantes, en el PSOE. Los netamente republicanos serían los componentes de Unidas Podemos y todos los grupos nacionalistas a izquierda y derecha, a excepción de los catalanes que podrían haber roto ya con el proyecto republicano español para abrazar la catalana.

La cuestión política está abierta y el papel de los partidos podría cambiar. Pero, claro, solo si un amplio clamor social moviera los cimientos del país. En nuestra historia, la democracia nunca ha sido una graciosa concesión de dioses, Reyes o tribunos. Solo la movilización popular ha ampliado el régimen de libertad, igualdad, fraternidad, y hoy también, sostenibilidas para poder vivir mejor.